Ver como el chasquido de mis dedos libera ese polvo amarillento que pocas personas son capaces de ver.
Ver como vuela por el aire, como juguetea con el viento... Igual que ese veloz banco de peces plateados que irrumpe en el silencioso vaivén de mi mar.
Recorriendo cada rincón de océano, como flecha que surca al aire, pero sin objetivo final, tan solo por el hecho de fluir y sentir como la velocidad acaricia sus escatas, como sábana de seda.
Y verme allí, con mi media sonrisa, con los brazos extendidos, así como queriendo recibir todos los rayos de sol. Con esa mirada, de pupila entreabierta. Con ese color nuevo, simetría imperfecta de mis ojos color atardecer.
Simetría que se pierde con la simple aparición de uno de los vértices de la figura tenebrosa.
Que cae, borrando cualquier posibilidad de olvido aparente.
Irrumpiendo así en el hasta ahora imperturbable silencio de mi mar.
Provocando ruidos y después un gran estruendo.
Se desalinea mi banco de peces, se vuelve basta la simetría de mis ojos, dando paso así al inicio de la tempestad.
Que fuerte empieza a zarandear mi barca. Arrancando remiendos, rajando mis velas... llevándose consigo mis viejos remos de madera de nogal.
Dejándome sola ante esta descompasada sinfonía de olas, que no hacen más que golpear al unísono contra mi frío pecho.
Que no hacen más que volver a calar en mi cuerpo recuerdos que parece que quieren salir a flote...
Oleaje, sufrimiento, lágrima, grito ahogado, auxilios no recibidos...
Cae la ultima gota sobre ese molino sin aspas que yace en el suelo, derrotado por los vientos descontrolados.
Soledad...eso es lo único que veo.
No puedo respirar, es más, no lo necesito.
Estirada en el fondo del mar. Me encuentro acompañada en parte por mi banco de peces.
Contemplando junto a ellos, un espectáculo nunca antes visto.
Contemplando una tormenta desde dentro... desde abajo, más bien.
Algo que jamás pensé que haría.
Vedere il mio corpo nulla di lui, neanche la mia ombra...